2 Cristo el Cordero de Dios |
Cierto pastor estaba profundamente preocupado acerca de su propia lucha con el pecado. Por alguna razón a él le faltaba la fuerza moral para obtener la victoria. La lucha se hizo tan severa que una noche cuando él se acostó tuvo una pesadilla en la que vio a un hombre azotando a Cristo en el tribunal de Poncio Pilato. Al ver cómo se hundía el látigo en la espalda sangrante de Cristo, no podía entender cómo alguien se atreviese a herirlo. En su sueño, se abalanzó sobre el hombre que azotaba a Cristo y empezó a forcejear con él. De súbito, aquel hombre grande y hosco dio una vuelta y lo miró de frente. El pastor gritó aterrorizado y de repente se despertó. La cara de aquel sujeto que azotaba a Jesús no era otra sino la del mismo pastor. AI permitir que el pecado dominara su vida, hería al Señor Jesucristo. Fue una experiencia que él jamás pudo olvidar.
Esta historia verídica ilumina el siguiente pasaje de las Sagradas Escrituras: "Mirarán hacia mí, a quien traspasaron... " (Zacarías 12:10). Apenas nos damos cuenta del dolor que le ocasionamos al Señor Jesús cuando permanecemos en el pecado. Apenas nos damos cuenta de como chasqueamos o decepcionamos al Señor cuando no ganamos una victoria. En verdad no somos dignos de su gran amor.
El profeta Isaías también expresó el pesar que nuestro proceder pecaminoso le ocasiona a nuestro Señor: "Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡ pero nosotros le tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios! Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue llevado al matadero... "(Isaías 53: 3-7).
¡Qué tremenda descripción! Fijémonos bien en estas palabras: despreciado, desechado, menospreciado, herido, afligido, molido, angustiado, y después en esta expresión "... mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros".
AI meditar sobre el grandioso sacrificio de Cristo, el apóstol San Pablo se quedaba maravillado y atónito. Y si nosotros también mirásemos a la cruz, diríamos juntamente con él: "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro"(Romanos 8:38).
Cuando el Señor Jesús se presentó para ser bautizado, Juan el Bautista declaró al verlo: "¡ Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (Juan 1:29). Desde ese momento en adelante, la gente empezó a fijar su vista en Jesús. Cada palabra que pronunció y todas las obras que hizo durante sus tres años y medio de ministerio que culminaron en el Calvario, comprobaron que verdaderamente él era el Cordero de Dios. Pero, en un sentido, el sacrificio de Jesús no comenzó en el Calvario. Leemos en el libro de Apocalipsis, que Cristo era "el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo" (Apocalipsis 13:8, ReinaValera 1960). De antemano, antes de la creación del mundo y de que el pecado existiera, Dios en su gran amor ideó un plan de salvación.
En el instante que el pecado entró en el Huerto del Edén, todo el cielo se puso de luto porque parecía que los habitantes de este mundo estaban condenados a muerte. No obstante, el plan de Dios para redimir a la raza humana ya estaba en pleno vigor. En el momento que la Ley divina fue quebrantada par el ser humano, Cristo estaba preparado para hacer expiación por la transgresión humana. Él llevaría sobre sí el pecado de la humanidad para redimirla.
He aquí como se desarrolló el misterio de la redención: "Entonces Cristo informó a la hueste angelical que se había encontrado una vía de escape para el hombre perdido. Les dijo que había suplicado a su Padre y que había ofrecido su vida en rescate para que la sentencia de muerte recayese sobre él para que por su intermedio el hombre pudiera encontrar perdón para que por los méritos de su sangre y como resultado de su obediencia a la Ley de Dios, el hombre pudiera gozar del favor del Señor, volver al hermoso jardín, y comer del fruto del árbol de la vida"(La historia de la redención, pág. 43).
Es casi imposible explicar cabalmente este gran plan de amor. Es un misterio que por los siglos de la eternidad los redimidos en la tierra nueva procurarán entender. De modo que en este estudio breve, solamente daremos el primer paso en la comprensión de ese profundo amor que Dios escogió expresar a través del ritual del santuario, el cual empleó como una especie de ilustración a nivel de jardín de infancia, por así decirlo, para facilitar nuestra estudio.
Muy bien, ahora pongámonos a pensar. ¿Por qué vino Cristo a morir a la tierra? En la descripción del santuario celestial dada en el Nuevo Testamento, no se menciona el atrio exterior. Es solamente en el Antiguo Testamento que encontramos la mención de un atrio exterior relacionado con el santuario. El atrio exterior existía solamente en el santuario terrenal. Para esto había una razón. El sacrificio de Cristo no se había de llevar a cabo en el cielo por cuanto no puede haber muerte allá. Por lo tanto, Cristo debía venir al atrio del santuario terrenal para convertirse en el cordero que moriría par el pecado. El apóstol Pablo describe esta experiencia de Cristo de la siguiente manera: "ÉI, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como una cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". (Filipenses 2: 6-8).
¿Está claro? ¡Qué maravilloso! Cristo, que era igual a Dios, descendió del ambiente puro del cielo a un nivel inferior al de los ángeles, asumió forma humana, y nació como un bebé indefenso en un pesebre. No, no apareció como un Adán creado en toda su perfección, sino más bien como un ser humano, y esto después de haber experimentado la raza humana las consecuencias de miles de años de pecado. Nació en un mundo lleno de sufrimiento, miseria, dolencia, muerte, y toda suerte de tentaciones. A1 cumplir su misión, tuvo que someterse a cuanto insulto y tormento que a Satanás le fuera posible concebir. Murió la muerte de un pecador culpable. Las últimas horas de su vida fueron tan terribles que aun los ángeles del cielo cubrieron sus rostros para no contemplarlo. Por último, como portador de nuestros pecados, tuvo que soportar la angustia de los perdidos. Se vio separado del amor de su Padre porque la culpa de la humanidad entera pesaba sobre él.
Elena G. de White nos presenta un cuadro conmovedor de lo que ocurrió. Escuchad:
"El inmaculado Hijo de Dios pendía de la cruz: su carne estaba lacerada por los azotes; aquellas manos que tantas veces se habían extendido para bendecir, estaban clavadas en el madero; aquellos pies tan incansables en los ministerios de amor estaban también clavados a la cruz; esa cabeza real estaba herida por la corona de espinas; aquellos labios temblorosos formulaban clamores de dolor. Y todo lo que sufrió: las gotas de sangre que cayeron de su cabeza, sus manos y sus pies, la agonía que torturó su cuerpo y la inefable angustia que llenó su alma al ocultarse el rostro de su Padre, habla a cada hijo de la humanidad y declara: Por ti consiente el Hijo de Dios en llevar esta carga de culpabilidad; por ti saquea el dominio de la muerte y abre las puertas del Paraíso. El que calmó las airadas ondas y anduvo sobre la cresta espumosa de las olas, el que hizo temblar a los demonios y huir a la enfermedad, el que abrió los ojos de los ciegos y devolvió la vida a los muertos, se ofrece como sacrificio en la cruz, y esto por amor a ti". (El Deseado de todas las gentes, pág. 703, 704).
¡Qué hermosas palabras! ¡Ojalá nos fuera posible entenderlas cabalmente!
Y ahora surge la siguiente pregunta: ¿Cómo se aplica la preciosa sangre de Cristo, el Cordero a ti y a mi individualmente? Volvamos al libro de Levítico, el capítulo 4, empezando con los versículos 27 y 28. Sólo el santuario nos explica en detalle como la sangre de Cristo nos puede ser aplicada a nosotros como individuos: "Si alguna persona del pueblo peca involuntariamente, cometiendo una falta contra alguno de los mandamientos de Jehová en cosas que no se han de hacer, es culpable... " (vers. 27) "presentará como ofrenda una cabra, una cabra sin defecto, por el pecado que cometió" (vers. 28). AI traerse un sacrificio, bien fuese de un macho cabrío, un cordero o cualquier otro animal, tengamos en mente una cosa: que el sacrificio representaba al Señor Jesucristo.
En segundo lugar, era necesario que el pecador transfiriese su pecado sobre el holocausto. Nótese el versículo 29: "Pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de expiación... ". Entiéndase que la imposición de las manos sobre la cabeza del animal significaba la confesión y la transferencia del pecado sobre el animal que era el sustituto del pecador.
Luego viene el tercer paso: después de haberse transferido el pecado sobre el holocausto, la víctima debe sacrificarse. ¿Por qué? Porque la paga del pecado es muerte. La Ley de Dios, quebrantada por el hombre, exige la pena de muerte. "Pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de expiación... " Después añade la Escritura, "y la degollará en el lugar del holocausto... " (Levítico 4:20). Este era el método empleado por Dios para enseñar a la humanidad que había una vía de escape del pecado; a saber, que un Sustituto, el Cordero de Dios, moriría por nuestros pecados.
Pero no olvidemos que era la propia mano del pecador la que siempre degollaba el holocausto de expiación. Es preciso que todo pecador entienda esta gran verdad para que pueda vencer el pecado en su vida. ¡ La paga del pecado es la muerte ! Por cuanto Cristo es nuestro Sustituto, es menester que comprendamos que nuestros pecados fueron la causa de su muerte. Cuando nos demos cuenta de la enormidad del costo del pecado, determinaremos vencer el pecado con un odio semejante al que siente Dios por él. Solamente entonces estaremos preparados para vivir en un mundo donde no habrá más pecado. Es sumamente triste que tan pocas personas parecen captar esta lección.
Hemos visto que las ofrendas de holocaustos fueron ordenadas por Dios para enseñarle a todo pecador deseoso de perdón que debe reconocer su pecado, arrepentirse de él, y traerlo a los pies de Cristo, pidiéndole que se lo quite. Es preciso que reconozca su parte en la crucifixión de Cristo y que se dé cuenta de que el pecado acarrea la muerte. Ha de aceptar a Cristo por fe y depender de su divino poder, el cual le infundirá odio por el pecado y lo capacitará para dejar de pecar. Entonces experimentará el gozo de la redención.
Este plan divino basado en sacrificios tiene un propósito mayor que el de la salvación de la humanidad. Cristo vino al mundo a morir, no sólo para salvar al hombre y rescatar al mundo, sino también para vindicar el carácter de Dios ante el universo. ¿Por qué? Porque el gran conflicto entre el bien y el mal se inició en el cielo cuando el enemigo de las almas se opuso a la Ley de Dios, lo cual fue causa de una gran batalla: "Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él" (Apocalipsis 12: 7, 8).
Todos los habitantes del vasto universo de Dios estaban interesados en los resultados del sacrificio expiatorio de Cristo porque éste determinaría quién ganaría la victoria, él o Satanás. Es por esta razón que el Salvador contemplaba de antemano su crucifixión y decía: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mi mismo" (Juan 12:31). Fue de este modo que la muerte de Cristo en el Calvario no sólo le hizo posible al hombre el perdón, poniendo el cielo a su alcance, sino que también vindicó a Dios ante todo el universo no caído. Su sacrificio afirmó la Ley de Dios para siempre y demostró que el pecado es muerte.
Cuando Adán y Eva aceptaron la propuesta de Satanás , éste declaró que el mundo era suyo porque ellos lo habían escogido a él como su soberano. El diablo no creía posible que Dios perdonase a la humanidad. No obstante, Dios en su gran amor ya había ideado el plan de entregar a su Hijo unigénito para sufrir el castigo de muerte por nuestros pecados. De este modo el Cordero de Dios se convirtió en la vía de escape para la humanidad.
La misma tierra de la cual Satanás se creía dueño se convirtió en el escenario dentro del cual Dios escogió redimir a la humanidad y vindicarse ante el universo entero. Este es el significado de las palabras de Cristo sobre la cruz: "¡Consumado es!" (Juan 19:30). En ocasión de su muerte, hubo un fuerte grito de triunfo en el cielo que repercutió a través de todos los mundos habitados del universo. La contienda quedó decidida una vez que Jesús hubo ganado la victoria. Satanás quedó expuesto como mentiroso y homicida. Cristo, en carne humana, demostró que el hombre es capaz de guardar la Ley de Dios. No es de extrañarse que el momento de mayor emoción para el universo haya sido el triunfo de Cristo sobre Satanás obtenido al morir en la cruz del Calvario. Y algún día, más pronto de lo que nos imaginamos, Jesús volverá a esta tierra otra vez y pondrá punto final a la controversia entre él y Satanás.
¿Estás tu listo para la mejor aventura de tu vida? ¿Estás preparado para vivir con Cristo en el cielo, donde el pecado ya no existirá más; ni habrá más muerte, y donde cada instante estará repleto de gozo, paz y felicidad? ¿Estás preparado para experimentar una vida sin pecado por toda la eternidad? Si es así, es preciso que ganes la victoria sobre el pecado aquí y ahora, tal como se enseña en el sistema del santuario instituido por el mismo Dios.
Hace algún tiempo, los periódicos reportaron la historia de una niñita que había estado jugando en el garaje de su casa donde había lo que a ella le pareció ser una botella de soda. Tenía la apariencia exacta de una de las botellas que contenía la clase de bebida que su madre guardaba en el refrigerador y que le servía de vez en cuando. Tomó la botella y se bebió todo el contenido. El sabor del líquido no era lo que ella esperaba, pero en su mente de niña se imaginó que era una especie de bebida nueva. Pronto empezó a padecer un terrible dolor de estómago. Acudió a su madre y se quejó. Su madre la llevo de prisa al hospital para que la atendieran, pero ya era demasiado tarde. La pobre niñita pagó con su vida. La sustancia que había en la botella no era una bebida gaseosa. ¡Era un herbicida sumamente venenoso! El pecado es algo así como un herbicida. Tal parece que muchos de nosotros no nos damos cuenta de que ya hemos sido envenenados por el pecado y que su veneno es mortífero, pero Dios tiene el antídoto a la mano. "Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4: 12). Nunca olvidemos que Dios ha provisto una vía de escape. Y esa vía mis amados amigos, es el Señor Jesucristo, el Cordero. Él está dispuesto a ayudarte en este mismo momento. Nos dice: "Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo" (Apocalipsis 3:20).
Cristo, el Cordero está llamando a la puerta de tu corazón. Ansía entrar. ¿Le permitirás ser tu Cordero para que quite todo pecado de tu vida?